EDUCAR = EMOCIONAR

 

La mejora de las habilidades emocionales de los alumnos conlleva una mejora de su rendimiento académico.

Durante la última década ha tomado una importancia crítica la valoración de las denominadas habilidades no cognitivas, llamadas así en contraposición a las clásicas habilidades cognitivas (tales como, por ejemplo, la inteligencia o la destreza para el cálculo), como factor determinante en el rendimiento académico de los alumnos. Aunque algunos autores identifican exclusivamente estas habilidades con las propias de la interacción social o interpersonales, tales como la capacidad de trabajar en equipo o la asertividad, algunos estudios, entre los que se cuenta PISA 2015,  apuntan a que las habilidades no cognitivas con mayor repercusión en el rendimiento escolar de los alumnos son las intrapersonales: autoconfianza, perseverancia, motivación…

La mejora de las habilidades no cognitivas de los alumnos, por tanto, no solo va a repercutir en la mejora de sus capacidades sociales o de las introspectivas, sino que también puede repercutir en el desarrollo de sus habilidades cognitivas. Ahora bien, ¿cómo se pueden mejorar las habilidades no cognitivas de los alumnos?

Por un lado, hay una serie de factores externos que acreditan tener repercusión en las habilidades no cognitivas intrapersonales. Del análisis de las respuestas a los cuestionarios de contexto de PISA 2015 se extrae que la implicación de los padres en la educación de los hijos es uno de los factores que más influencia tiene en la motivación intrínseca de los alumnos. Si se tiene en cuenta que la motivación intrínseca afecta positivamente al rendimiento en Ciencias de los alumnos, es fácil inferir la relación directa: una mayor implicación de los padres en la educación de los hijos no solo refuerza su motivación, sino que induce una mejora de sus resultados.

Pero ¿qué se entiende por “implicación de los padres en la educación de sus hijos”? Contrariamente a lo que quizá cabría esperar, no se trata de una implicación directa. Mantener más reuniones con los profesores, ayudar a los hijos con las tareas, informarse en el centro con mayor frecuencia de cómo van los hijos, son actuaciones que no sólo no tienen un reflejo positivo en los resultados, sino que parece repercutir negativamente (aunque para confirmar este extremo habría que analizar la dirección de la relación de causalidad). Por el contrario, lo que PISA denomina el “apoyo emocional de los padres” (pasar tiempo hablando con los hijos, preguntarles cómo les va en el centro…) es lo que demuestra tener una influencia positiva en la motivación intrínseca de los estudiantes.

Pero es que además este apoyo emocional de los padres muestra tener consecuencias directas en el rendimiento en Ciencias de los alumnos, con una significación similar a la realización de actividades científicas en la infancia, y solo con menos significación que el índice socio-económico y cultural (ISEC).

Se pone, por tanto, de manifiesto la repercusión que el factor emocional tiene en las habilidades no cognitivas, y, por tanto, en el rendimiento cognitivo. De hecho, desde el campo de la neurociencia se aboga, entre otras cuestiones, por que la educación emocional, esto es, a través de las emociones, puede jugar un papel central en la mejora de las habilidades no cognitivas, a las que también se las denomina habilidades emocionales, que, a parte de los beneficios intrínsecos que suponga dicha mejora, conlleve una mejora de las habilidades cognitivas del alumno.