Lectura digital y lectura impresa en el siglo XXI

La lectura del siglo XXI implica, más que nunca, la construcción y la validación del conocimiento adquirido. Las tecnologías digitales permiten la proliferación incalculable de todo tipo de información, a la vez que se reducen los métodos de contraste y revisión de formatos tradicionales como los diarios y revistas periódicas impresos. Así, la velocidad con que unas noticias de actualidad desplazan a las siguientes es tal que el formato digital no permite la misma revisión cuidadosa que realizaban los jefes de redacción, por ejemplo, sin la que ningún periódico “salía a la calle”.

Con la última pandemia sufrida globalmente, los lectores se han visto obligados a enfrentarse con este problema acuciante: ¿cómo saber si la información que estamos recibiendo en cada minuto sobre la evolución, causas, consecuencias de este fenómeno es fiable, o hasta qué punto lo es? Este ejemplo reciente ilustra dramáticamente la importancia de la lectura eficiente y crítica en el mundo digital, y cómo se enseña y aprende a leer en edad escolar y a lo largo de la vida.

Los medios digitales permiten oportunidades antes nunca posibles, y pueden enriquecer enormemente el desempeño educativo y el bienestar individual y social. Pero también, y sobre todo a edades tempranas, pueden sobrevenir riesgos diversos, como la desinformación, el ciber-acoso, la invasión de propaganda no deseada y la difusión de contenido dañino como la pornografía o la violencia extrema.

El estudio PISA (Programme for International Students’ Assessment), según los últimos datos publicados -recogidos en 2018 y analizados entre 2019 y 2022-, ofrece evidencias como que el 50 % de los estudiantes de 15-16 años no logra distinguir entre hechos y opiniones en una información dada, y muchos se muestran inseguros de qué estrategias emplear para determinar si la información digital es fiable (OECD, 2021). La lectura de libros impresos se ha de seguir fomentando desde edad temprana, en la escuela, en casa y en la universidad, porque los estudios confirman, como hace PISA (2022), que los estudiantes de 15-16 años que leen a menudo libros impresos, comparados con los que apenas los leen, consiguen casi 50 puntos más en las pruebas de rendimiento en comprensión lectora. Por otra parte, para maximizar las ventajas de la lectura digital y minimizar sus riesgos hay que desarrollar también nuevas herramientas y técnicas de comprensión lectora.

En un estudio relativamente reciente llevado a cabo por la Universidad de Stanford, liderado por el profesor Sam Wineburg, aplicó un experimento empírico en 3.000 estudiantes de secundaria, procedentes de diversos institutos. Se les encargó que determinaran la veracidad de una noticia falsa, un video que luego se hizo famoso sobre las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, donde concurrían Hillary Clinton y Donald Trump. Los investigadores siguieron los pasos que dieron los estudiantes para tratar de localizar la verdadera fuente de aquel video, del cual se supo que había sido producido en la Rusia de Putin como parte de una campaña de desinformación y desprestigio hacia Clinton.

Niña usando una tablet

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Finalmente, el hallazgo principal consistió en que solamente 3 estudiantes de los 3.000 muestreados llegaron a la conclusión correcta. Más que culpar a los estudiantes por su incapacidad, dice Wineburg, hacia donde deberíamos dirigirnos es a las técnicas de lectura empleadas, que deberían diferir de las de la lectura impresa cuando se trata de enfrentarse a los medios digitales. Lo que sería necesario cambiar no es solo la información a la que llegan, sino el modo en que piensan sobre ella.

La información digital masiva consume una enorme cantidad de atención, y eso es la clave para desarrollar nuevas estrategias de lectura, como la que realizan los fact-checkers, o verificadores de hechos, un oficio de nueva creación, pero cada vez más solicitado. Se trata de conseguir “una localización sabia de la atención”, como sostiene Wineburg. Si queremos verificar la veracidad o garantía de la información que leemos, debemos emplear nuestro sentido crítico. Pero el pensamiento crítico, por definición, consume atención; si se aplicase el sentido crítico a todo lo que nos aparece en la pantalla, nunca cumpliríamos nuestro objetivo, porque nos habríamos perdido en el marasmo de la información disponible, y habríamos desviado nuestra atención a lugares inútiles, sin llegar a saber discernir la fiabilidad de las fuentes consultadas.

Los verificadores de hechos, sin embargo, se desenvuelven en otras formas de lectura; por ejemplo, en una entrada a la Wikipedia no leen los párrafos de contenido, sino que se desplazan al final de la página y buscan directamente si existen fuentes autorizadas. En internet, “ignorar es tan importante como juzgar críticamente”, dice el estudio de Stanford. El problema es que no se enseña en la escuela “la ignorancia crítica”, herramienta imprescindible en la lectura digital, cuando es ahí a lo que debiéramos tender: en nuestras búsquedas, el primer clic con nuestro ratón debe ser un clic juicioso, no promiscuo (Wineburg, 2021).

Sin olvidar, claro, el placer de acudir a tu biblioteca, escoger un libro y tomar un té sin temor a que se derrame fatalmente sobre tu dispositivo digital.

Lis Cercadillo, INEE.

Referencias 

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