Desde este encuentro el hermoso y generoso océano se ha convertido
en la patria de miles de hombres y de miles de historias.
El Pacífico
Cuando, pasamos el estrecho de Bashi y finalmente salimos al gran Mar
del Sur, si no hubiera sido por ciertas circunstancias, podría
haber saludado a mi querido Pacífico con infinita satisfacción,
puesto que se realizaba así el largo sueño de mi juventud.
Miles de leguas azules de aquel océano sereno se abrían
ante mí hacia el Este.
Hay no se sabe qué dulce misterio en este mar, cuyos suaves movimientos
parecen hablar de alguna alma oculta en sus profundidades, igual que
las legendarias ondulaciones del suelo de Éfeso revelaban que
allí estaba enterrado san Juan Evangelista. Es natural que sobre
estos pastos marinos de los cuatro continentes, las olas se levanten
y caigan en un incesante flujo y reflujo. Aquí yacen quietas
millones de sombras mezcladas, sueños, deseos. Agitándose
como los que dormitan en sus camas, las inquietas olas los crean en
su impaciente ir y venir.
El sereno Pacífico debe de convertirse en el mar adoptivo de todos
los sabios errantes y meditabundos que lo han visto. Hace fluir las
aguas centrales del mundo, pues el océano Índico y el
Atlántico son sus brazos. Las olas que bañan los diques
recién construidos en las ciudades californianas son las mismas
que ayer rompían contra las borrosas y espléndidas tierras
asiáticas, más antiguas que Abraham. En medio flotan vías
lácteas de islas de coral y desconocidos e infinitos archipiélagos
de tierras bajas e impenetrables como Japón. El misterioso y
divino Pacífico circunda toda la mole del mundo. Convierte todas
las costas en una bahía. Sus mareas parecen los latidos del corazón
de la tierra. Mecidos por estas olas eternas conoceréis al dios
seductor e inclinaréis la cabeza hacia Pan.
Moby Dick. Herman Melville
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