Ministerio de Educación
Los trabajadores del mar
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    Acabamos de decirlo: todo viento es todos los vientos a la vez.
    Victor Hugo

     

    Explicación del ruido escuchado por Gilliatt

    La gran llegada de los vientos a tierra se da en los equinoccios. En esas épocas, la balanza del Trópico y del Polo bascula y la colosal marea atmosférica vierte su flujo en un hemisferio y su reflujo en el otro. Hay constelaciones que marcan este fenómeno: Libra, Acuario.

    Es la hora de las tempestades.

    El mar espera, en silencio.

    A veces el cielo presenta mala cara. Está macilento, algo enorme y oscuro lo obstruye. Los marineros observan ansiosos el aire enfadado de la sombra.

    Pero lo que más temen es su aire satisfecho. Un radiante cielo de equinoccio, es la garra de la tempestad con guantes de seda. Bajo estos cielos, la Torre de las Lloronas de Ámsterdam se llenaba de mujeres oteando el horizonte.

    Cuando la tempestad vernal u otoñal tarda en llegar, es porque está acumulando fuerzas. Atesora para arramplar con más. Nunca hay que fiarse de sus atrasos. Ango ya lo decía: «El mar no escatima».

    Cuando la espera se prolonga, el mar traiciona su impaciencia mostrando aún más calma. Pero la tensión magnética se manifiesta a través de lo que podríamos denominar la inflamación del agua. Las olas despiden luces. Aire eléctrico, agua fosforescente. Los marineros se sienten fatigados. Estos momentos resultan especialmente peligrosos para los ironclads; su casco de hierro puede falsearlas indicaciones de la brújula y perder la nave. El vapor trasatlántico Yowa naufragó de esta manera.

    Para los que están familiarizados con el mar, su aspecto en esas ocasiones resulta extraño; se diría que desea y teme a la vez al ciclón. Algunos himeneos, muy queridos por la naturaleza, son así acogidos. La leona en celo huye ante el león. El mar también está caliente, de ahí su estremecimiento.

    Van a producirse unas colosales nupcias. Como los casamientos de los antiguos emperadores, éstos también se celebran con exterminaciones. Se trata de unas fiestas condimentadas con desastres.

    Y mientras tanto, de ahí, de alta mar, de las latitudes inaccesibles, del pálido horizonte solitario, del fondo de la libertad ilimitada, llegan los vientos.

    Atención: ¡el fenómeno equinoccial ya está aquí!

    La tempestad es el resultado de un complot. Las antiguas mitologías entreveían esas personalidades indistintas mezcladas en la gran naturaleza difusa. Eolo se pone de acuerdo con Bóreas. La complicidad de los elementos es necesaria; se distribuyen la labor. Hay órdenes que dar a la ola, a la nube, al efluvio; la noche también ayuda, interesa utilizarla. Hay que desorientar brújulas, apagar linternas, tapar faros, ocultar estrellas. El mar ha de cooperar. Toda tormenta viene, pues, precedida por un murmullo. Detrás del horizonte hay cuchicheos previos a los huracanes.

    Eso es lo que se puede oír, en la oscuridad, en la lejanía, sobre el silencio asustado del mar.

    Gilliatt acababa de escuchar ese temible cuchicheo. La fosforescencia había sido la primera advertencia; el murmullo, la segunda.

    Si el diablo Legión existe, es, sin lugar a dudas, el Viento.

    El viento es múltiple, el aire es uno. De ahí la siguiente consecuencia: toda tormenta es mixta. La unidad del aire así lo exige.

    Todo el abismo se implica en una tormenta. El océano entero está en la borrasca. La totalidad de sus fuerzas entran en acción y toman parte. La ola es el abismo de abajo; el soplo es el abismo de arriba. Enfrentarse a una tormenta es enfrentarse a todo el mar y a todo el cielo.

    Messier, el hombre del Observatorio Marino, el astrónomo pensador alojado en Cluny, decía: «El viento de todas partes está en todas partes». No creía en los vientos enclaustrados, ni siquiera en los mares cerrados. Según él, no existían vientos mediterráneos. Aseguraba ser capaz de reconocer los vientos de paso. Afirmaba que tal día a tal hora, el Föhn del lago Constanza, el antiguo Favonius de Lucrecio, había atravesado el horizonte parisino; tal otro día, fue el Bora del Adriático y tal otro el Notus giratorio que se supone encerrado en las Cicladas. Especificaba las características de cada efluvio. No creía que los austros que giran entre Malta y Túnez y entre Córcega y las Baleares no pudieran escaparse. No admitía que los vientos fueran osos encerrados en jaulas. Afirmaba: “Toda lluvia procede del Trópico y todo rayo del Polo”. En efecto, el viento se satura de electricidad en la intersección de los coluros, que marca los extremos del eje y las aguas ecuatoriales; así que de la Línea nos aporta el líquido y de los Polos el fluido.

    El viento es la Ubicuidad.

    Lo que no significa, ciertamente, que las zonas ventosas no existan. No hay nada más demostrado que la existencia de esas vías de corriente de aire continua, y algún día la navegación aérea, compuesta por aeronaves que denominamos, por afición al griego, aeróscafos, utilizará esas grandes vías. La canalización del aire por el viento es irrefutable; hay ríos de viento, arroyos de viento y riachuelos de viento. La principal diferencia es que las ramificaciones del aire siguen la lógica inversa a las ramificaciones del agua: son los riachuelos los que salen de los arroyos y los arroyos los que salen de los ríos, en vez de dar a ellos: de ahí que en vez de funcionar por concentración el sistema funcione por dispersión.

    Es esta dispersión la que asegura la solidaridad de los vientos y la unidad de la atmósfera. Toda molécula desplazada, desplaza a otra. Todo el viento se mueve conjuntamente. A todas estas profundas causas de amalgama hay que añadir el relieve del globo, cuyas montañas agujerean la atmósfera y provocan nudos y torsiones en las corrientes del viento, causando contracorrientes en todas las direcciones. Se trata de una irradiación ilimitada.

    El fenómeno del viento consiste en la oscilación de dos océanos superpuestos: el océano de aire, sobre el océano de agua, se apoya en su huidiza superficie y se tambalea en su temblor.

    Lo indivisible no puede compartimentarse. No hay ningún tabique entre unas ondas y otras. Las islas de la Mancha sienten el empuje del Cabo de Buena Esperanza. La navegación universal se enfrenta a un mismo monstruo. Todo el mar es la misma hidra. Las olas cubren el mar con una especie de piel de pez. El Océano es Ceto.

    Sobre esta unidad se abate lo innombrable.

    Los trabajadores del mar. Victor Hugo.