Estancia profesional en Lycée Montchapet en Dijon (Francia)

¿Por qué pasar unas semanas en Francia puede ayudarnos a entender nuestras propias clases? ¿Por qué nos habla tanto y tan claramente sobre nuestro sistema educativo, sobre nuestras metodologías y nuestras rutinas escolares? La clave de por qué son importantes estas estancias profesiones es la necesidad que tenemos los docentes de vernos reflejados en nuestros iguales. La observación de otros profesores es una reconocida forma de mejora profesional, doblemente enriquecedora cuando se hace en una tradición escolar distinta. Necesitamos vernos en otros para reconocernos, para tener una mejor percepción de nuestra propia forma de ser docentes. Soy David Seiz Rodrigo y he compartido unas semanas con mis colegas del Lycée Montchapet de Dijon, donde he podido poner en común, observar y co-enseñar con ellos. He tenido la oportunidad de comparar qué hacen y cómo lo hacen y contrastarlo con lo que hacemos nosotros aquí, en el Instituto Pintor Antonio López de Tres Cantos, que ha tenido la gentileza de prescindir de mí por unos días. Así que gracias a mi instituto – dirección, colegas, alumnos y familias – por facilitarme las cosas, espero devolverles con creces el esfuerzo que mi falta haya podido suponer.

Si originalmente la idea de esta estancia era poner en común las estrategias y las concepciones que teníamos sobre el Bachibac, ese bachillerato mixto francés y español  en el que estamos enredados tanto mis anfitriones como yo, la experiencia ha ido al final mucho más allá. La experiencia no se ha circunscrito sólo al Bachibac sino a todo el sistema escolar en general, el modelo de clase, de centro o de comunidad escolar que Francia tiene y su relación con las nuestras. Nada de esto habría sido realizable sin la invitación del Proviseur M. Bruno Colin y de la generosidad y magisterio de mi colega M. Olivier Aillaud – y familia –  que se han desvivido por hacer posible este intercambio y darle un sentido profundo. También a todos mis colegas de español, inglés, economía, filosofía, matemáticas, historia o teatro que me acogieron en sus clases y que compartieron tiempo conmigo, que se dejaron observar y que me pidieron saber de mis observaciones y se interesaron por cómo se hacía la misma clase en versión española.

Sin duda llevar a cabo una estancia compartiendo un mutuo interés – anfitriones e invitado –  es la mejor garantía de éxito. El lycée Montchapet de Dijon tiene una sección de español importante, lo que es decir mucho cuando hablamos de un centro que acoge a 1600 alumnos. Muchas clases y muchos alumnos que comparten nuestra lengua y que tratan lo mejor que pueden de pronunciar fonemas impronunciables y tonalidades ajenas a una lengua más suave y más calmada. Alumnos y profesores que conocen las diferentes culturas, literaturas y lenguas de nuestro país y que disfrutan hablando de ellas o dejándose llevar por ellas. Es un placer del mismo modo empaparse de una lengua que uno admira y de una cultura que me apasiona y tener el privilegio de compartir la vida escolar con ellos. Por todo esto debo también agradecer a los alumnos del Bachibac y Bac  de los cursos primero, segundo y terminal del Lycée Montchapet la amabilidad de dejarse llevar por las cuatro cosas que he intentado mostrarles desde mi posición de profesor español de visita, algo de música, algo de cultura culinaria, un mucho de geografía física y de geografía urbana, una crítica social y urbanística de la ciudad en la que enseño y una barahúnda de mapas de la agitada y diversa Edad Media peninsular.

Al tiempo mis amables anfitriones me han dejado ver cómo hablan, cómo escriben, cómo organizan en deliciosos cuadernos escolares sus notas, sus actividades y sus comentarios. Me han permitido comprobar el peso que le dan a la palabra, a la que se proyecta en las clases y la que se lee o se escribe. Me han mostrado como se organiza un discurso de un modo tan estructurado que los estudiantes lo interpretan y lo utilizan como el que usa de un andamio. Me han enseñado la importancia que tienen esas cimbras para sostener luego una forma de presentar el conocimiento adquirido mucho más metódica.

He podido constatar la importancia de los grandes centros escolares, donde el número de alumnos y de profesores permite ofrecer más itinerarios. Me he reafirmado en la idea de que los espacios son importantes, que hay que prestar atención a las construcciones escolares, que quizás debamos volver nuestros ojos sobre algunas ideas sensatas de nuestro pasado, y esa importancia que tuvo en su día construir colegios que llamaban la atención entre el caserío de nuestras ciudades, que se asomaban sobre los tejados o en los planos urbanos entre la iglesia y el ayuntamiento. Edificios que aun hoy vemos en esos antiguos Institutos provinciales o aquellos colegios que eran como acorazados y que aun hoy uno admira al pasear a su alrededor. El  Lycée Montchapet tiene algo de eso, una estructura vistosa, reconocible, que se alza en medio de un barrio de casas unifamiliares y alguna torre de apartamentos despistada, un centro escolar con entidad, con presencia.

También me han enseñado a medir al tiempo de otra manera, como aquel calendario de la Revolución Francesa que midió el tiempo decimalmente, el horario escolar de mis anfitriones me ha hecho atender a la necesidad de los tiempos intermedios. La importancia de que el alumnado tenga tiempo para cruzarse, para hablar, para comer serenamente y comentar lo que sea menester, sin robarle ese tiempo a una tardía entrada en clase, a una visita furtiva al servicio o durante el tiempo de clase en una lucha constante y sorda contra unos horarios antinaturales. Siete horas de clase con un breve descanso de media hora y a casa, frente a tiempos medios de diez y quince minutos y un tiempo relajado de comida, que sirve de corte entre clases y jornadas. Comer temprano y acabar temprano en un espacio que se comparte hasta bien entrada la tarde pero en el que hay espacio para los clubes y las actividades deportivas o teatrales  o de refuerzo si se precisa.  El centro escolar como un espacio compartido y no necesariamente académico.

Cuanto he envidiado ese centros de documentación, biblioteca moderna donde la información se puede buscar de la mano de una documentalista, y donde cualquier materia, digna de estar en el currículo tiene su reflejo en el animado quiosco francés, generosamente trasladado a esta CDI que me hacía ver muy lejos mi propio país. De nuevo disponer de espacio y un centro con recursos es esencial.

Mis colegas me han hecho pensar también en una organización escolar donde las escalas y las funciones están más repartidas. Donde el profesor no es una navaja suiza, que es hoy enfermero, mañana directora, y pasado vigilante o psicólogo de urgencia. Vistas en funcionamiento parecen sensatas esas escalas que permiten a unos enseñar, a otros administrar, a otros cuidar de la salud física o mental de la comunidad. Direcciones y jefaturas de estudio profesionalizadas, alejadas de las aulas con tiempo para entregarse a sus tareas de administración, tras obligada oposición y en una carrera profesional que abre opciones diferentes. Un centro donde no sólo hay profesores, también hay enfermeras, administrativos, vigilantes y estudiantes, pinches y chef, además de becarios que aprenden el oficio en labores auxiliares. Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa y quizás también de paso, la sensación de estar haciendo algo para lo que uno se ha preparado o ha elegido o algo a lo que ha tenido opciones de aspirar.

Y a pesar de los horarios sensatos y de una carga lectiva mucho menor que la española – escandalosa si la llevamos a términos de permanencia en la escuela – hay quejas y mohines y disgusto y una sensación de fracaso y de crisis. Porque la escuela francesa está en crisis, como ha estado la escuela en general siempre, porque en Francia como en España la escuela es el reflejo de la sociedad y de sus anhelos y de sus miedos, la escuela es un animal asustadizo. No vale decirles que tienen menos horas de clase, que sus institutos tienen una organización más sólida, que envidio su CDI o su cantina y la posibilidad de comer en el instituto en un comedor más cercano al de la sede de una gran compañía o un hospital que a nuestras pequeñas y voluntariosas cafeterías, más inspiradas en el bar del pueblo que en esos restaurantes institucionales . Y no vale porque no hay nada que les consuele de los cambios curriculares, y de las dudas sobre lo que son las “competencias” y cómo se evalúan o de una diversidad de alumnado y una complejidad para la que no se sienten preparados. Y aunque la República les apoya y les da importancia – aunque les importune con una cantidad infinita de papeles -, ellos se sienten solos. Por eso son importantes las estancias, porque entonces llega un español de visita que les dice que no es Francia, que en España también tenemos miedos y que a menudo no nos sentimos preparados y que a menudo pensamos que nos piden imposibles. Hasta tal punto que llegamos a pensar como en una ruptura cutre, “que no eres tú, que soy yo”; que hemos perdido las ganas o que se nos ha olvidado la fórmula mágica. Por eso es bueno hacer estancias en el extranjero, porque no sólo vemos otra realidad, sino que vemos la nuestra.

Pero si alguien me pregunta que porque creo que debe hacer una estancia como la que aquí relato, pues le diría que porque te pone en tu lugar. Porque ves que hay cosas que se hacen bien y otras que se pueden mejorar y además puedes seguir algunos ejemplos de cómo mejorarlas, porque agrada verse en los problemas de otros, y al final esto tiene un efecto parecido a la literatura, uno aprende sobre las desgracias ajenas que son en definitiva las propias. Porque comparar gramáticas escolares nos permite ver que es posible construir un lenguaje diferente, con sustantivos y verbos, pero articulados de manera distinta, como se hace en otros idiomas. Y es que al final estamos diciendo las mismas cosas aunque se escriban de otra forma.

Además puedes salir por la tarde y dar una vuelta a una ciudad que es bonita y se sabe bonita pero que está escondida en un rincón de Francia que todo el mundo ha escuchado pero que casi nadie sabe localizar, porque todos conocen la mostaza…., de Dijón y el vino de Borgoña…, y el Ducado de Borgoña su  cruz y el Toisón de Oro, pero pocos han estado allí. Porque esa Francia de ciudades pequeñas y de capitales regionales queda lejos de los oropeles parisinos y sin embargo esa Francia nos da una imagen más fidedigna de ese país admirado y querido que me ha dejado asomarme unos días a su sistema escolar.

Debes decidir donde vas, en quien quieres mirarte, de todos modos al final lo que vas a ver eres a ti mismo pensando cómo puedes hacerlo mejor.  Mil gracias.